miércoles, 15 de mayo de 2013

POSICIÓN EVANGÉLICA
Creemos en Jesucristo.
Jesús es el Hijo de Dios, la divina y eterna Palabra hecha carne y morando entre los hombres (Jn. 1:14).
En Su vida sin pecado, Jesucristo reveló la naturaleza de Su Padre y Padre nuestro. Su infinita sabiduría es nuestra guía.
Su sacrificio en la cruz es nuestra redención. Su resurrección de entre los muertos es nuestra promesa de vida eterna.
Jesucristo vive hoy, invisible aunque siempre presente, y en aceptarlo como Salvador y Señor radica la esperanza de la humanidad para el presente y para el futuro.
La Semana Santa es el culmen de la preparación realizada durante Cuaresma. El tiempo se ha cumplido y la espera termina. Nuestro Señor Jesucristo es conducido finalmente hasta la cruz del calvario para ser resucitado por el Padre y conseguir así la victoria sobre la muerte y el pecado.
Aquí hacemos memoria de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Esta semana se compone de un jueves santo, viernes santo, sábado santo y domingo de resurrección. La crucifixión de Jesús es recordada el viernes santo, su permanencia en el sepulcro se recuerda el sábado santo, y del sábado por la noche hasta la madrugada del domingo se espera su resurrección. La mañana de este domingo es gloriosa. Así como las mujeres recibieron el anuncio de la resurrección de Jesús, así de gozosos hemos de recibir también nosotros esta buena nueva.
Es un tiempo en que reflexionamos sobre la muerte y la vida, todo ello concentrado en la persona de Jesús. Nosotros como cristianos participamos también de la muerte y resurrección de nuestro Señor. Si morimos con él, creemos que resucitaremos también con él.Semana Santa no es un fin de semana largo como lo ha pretendido hacer creer nuestra sociedad occidental consumista. Semana Santa es más bien una oportunidad para reflexionar acerca de la obra expiatoria de nuestro Señor en la cruz, y su gloriosa resurrección, venciendo la muerte por nosotros, por lo tanto encierra todo un sentido espiritual que no debemos perder.
Con relación a la crucifixión, en 1878 se encontró un pedazo de piedra en Nazaret con un decreto del emperador Claudio, que reinó entre 41 y 54 d.C. Decía que no debían perturbarse las tumbas, ni debían quitarse los cuerpos. El castigo para otros decretos era una multa, pero este incluía una amenaza de muerte y estaba muy cerca del tiempo de la resurrección. Esto fue, probablemente, debido a que Claudio investigó los disturbios de 49 d.C. Sin duda había oído de la resurrección y no quería ningún incidente similar. Este decreto fue hecho probablemente en conexión con la predicación de los apóstoles de la resurrección de Jesús y el argumento judío de que el cuerpo había sido sustraído.

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